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LO QUE TODO CRISTIANO DEBE SABER SOBRE LA IDEOLOGÍA DE GÉNERO

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«Ideología de género» (en adelante IG) es un término unificador acuñado por el feminismo y el colectivo LGTB para diseñar, explicar, construir y aplicar la estrategia para transformar a la sociedad de acuerdo a lo que consideran bueno y justo. Se ha vuelto muy popular -considerada ya como capital político indispensable para las figuras públicas, como jefes de Estado, diputados y senadores, artistas, cantantes y comunicadores- y se ha logrado asociar a los Derechos Humanos con lo que ha adquirido gran eficacia para cambiar las doctrinas y los sistemas jurídicos en el mundo.

 

La IG sostiene varios dogmas entre los cuales se encuentran los siguientes:

1. Que hay que distinguir entre sexo y género.El sexo es una imposición natural porque la persona no decide ser macho o hembra, mientras que el género es una «identidad asignada» por la cultura, los estereotipos y la historia. Por tanto, el género hombre o mujer, masculino o femenino, es una imposición arbitraria y perjudicial.

2. Que para que cese la violencia contra la mujer es indispensable que se imponga la IG. Así se destruirán los estereotipos que indican qué es lo que puede o no hacer una mujer en la sociedad. La mujer podrá elegir ser madre o no sin la presión social, podrá primar su carrera de vida personal por sobre la formación de una familia y el cuidado de la misma y logrará, una vez librada de la carga de la maternidad y la educación de los hijos, cumplir su verdadero propósito y ser feliz.

Desde estos dogmas se desarrollan muchos principios, como, por ejemplo, el que una mujer para ser libre debe poder abortar a voluntad. También nace la idea de que los niños no deben considerarse hombres ni mujeres sino hasta que estos tengan conciencia de si mismos y puedan elegir si ser una cosa u otra o una mezcla de las dos, esto es, elegir su «identidad de género» a pesar de su sexualidad predeterminada. Así también, que el Estado debe ocuparse de cuidar a los hijos para que la mujer pueda realizarse como persona sin las limitaciones impuestas por la crianza (también llamado «trabajo reproductivo»). Así nacen las escuelas de tiempo completo y otros proyectos similares donde el Estado decide qué deben creer los niños acerca de la sexualidad, la identidad y los valores y principios éticos.

Con este esfuerzo la IG está logrando la androgenización de la sociedad: que la gente se identifique indistintamente como hombre y mujer, según la ocasión, hasta que no existan diferencias culturales ni legales al respecto. Una persona debe tenerse como persona a secas con indiferencia de su sexo de manera que instituciones milenarias como el matrimonio puedan celebrarse entre parejas de hombres y de mujeres. La familia entonces superará la tradicional imposición de hombre-mujer-hijos para recibir el nuevo modelo inspirado en la igualdad y equidad según la entienden el feminismo y el lobby LGTB.

La obsesión que ha despertado la IG con la liberación de la «identidad asignada» ha llevado a feministas y gays a decir que aún las restricciones culturales y legales que salvaguardan la moral y las buenas costumbres deben terminar. Por ejemplo, que andar con ropa o sin ropa en lugares públicos debe reconocerse como un derecho (las marchas gays a menudo incluyen desnudos o semidesnudos como un símbolo) y que nadie debería de juzgar moralidad porque esta es algo subjetivo y relativo a la conciencia de cada persona. Esto mismo lo aplican a veces a los agasajos públicos. Se puede observar además cómo grupos de pedófilos quieren aprovechar la coyuntura para derribar el rechazo de las relaciones sexuales entre niños y adultos so pretexto de que se trata de un «prejuicio cultural». También se ha observado el esfuerzo para criminalizar la oposición al lobby gay, sea cual sea el tenor de la misma, y se ha actuado jurídicamente contra negocios, instancias gubernamentales (como jueces de lo civil) e iglesias que resisten ante sus reclamos de androgenización.

Hay otras observaciones de parte de la IG que sí son correctas: la violencia y discriminación contra la mujer es real y aguda. También es cierto que algunos elementos culturales han perpetuado el abuso en su contra. Es justa también la búsqueda de la terminación de los crímenes de odio contra los homosexuales. Empero, la IG ha planteado más problemas que soluciones y tiene la marcada tendencia a convertirse en un movimiento ideológico totalitario y violatorio de derechos humanos.

Desde el punto de vista jurídico es un atentado a los derechos humanos de los padres de educar a sus hijos en sus valores y tradiciones según se consagra en la Declaración De Los Derechos Humanos y De Los Niños. Es también un atentando a los derechos humanos de Libertad de Expresión y religiosa (según se aprecia está en la Declaración de Los Derechos Humanos), y es una violación a la Declaración de Eliminación de Todas las Formas de Intolerancia y Discriminación Fundadas en la Religión y Convicciones. Cuando el Estado educa a los niños en la IG está imponiendo una doctrina novedosas sin sustento científico suficiente contra la voluntad de la mayoría y de los trabajos filosóficos y científicos que sustentan las distinciones clásicas entre hombres y mujeres (pero han de empezar por los niños para cambiar la generación que viene detrás); y cuando apoya la sanción propuesta por el colectivo gay a los disidentes de esta ideología atropella a las familias dejándolas sin recursos económicos, estigmatizándolas y cerrándoles las puertas del desarrollo en lo posible.

Pero por encima de todo esto hay un enfrentamiento directo a la voluntad de Dios. El sexo y el género son un binomio indisoluble en el principio de la creación. No hay tal separación: Adán y Eva fueron hechos a imagen y semejanza de Dios (Gn. 1.27). El Señor no solo dispuso el sexo, sino que con el también imprimió las características de feminidad y masculinidad en Eva y Adán, respectivamente. Después del pecado (Gn.3) las cualidades espirituales (justicia y santidad) del ser humano fueron perdidas. Empero, se preservó por la gracia común y después por la asistencia de las Escrituras el verdadero camino en el que hombres y mujeres encontrarían la realización de su propósito final que había sido interrumpido por el pecado: la gloria de Dios. Además, el entonces insospechado ADN, la conciencia religiosa y de pecado, así como las propias características fisiológicas dieron testimonio desde el principio de esta realidad. El embarazo de Eva no fue «una maternidad forzada» ni el trabajo de Adán una maldición. Lo que sí fue un desastre fue el ejercicio indiscriminado de la libertad al margen de las órdenes de Dios. Entonces entró la muerte al mundo.

Escribí recientemente un artículo sobre la familia. Allí expliqué que para Dios la familia es la unidad de discipulado por excelencia. Que a través de ella Dios santifica a sus miembros y a la sociedad, y que es bendita para Dios aquella familia donde se busca realizar su voluntad porque Cristo vive en ella. Nadie es menos o más importante en la familia. Pero Dios diseñó a la mujer con una especial espiritualidad para penetrar en el corazón de sus hijos. Hay evidencias científicas de que en el hombro las madres llevan información genética de sus hijos. Es increíble la profundidad de la conexión que pueden llegar a alcanzar. Desde luego los hombres educan y también transforman las mentes de sus niños, pero Dios encargó el especial cuidado a la mujer, a la madre y esposa (Tito 2:4–5). Claro que hay mujeres que se sienten «atrapadas» en el hogar. Que sienten «esclavitud» cuando ven a sus hijos -muchos hombres también. Pero esta regla no demuestra sino solo la mentalidad de una o varias personas contra la experiencia realizadora de millones y millones, aun cuando no pertenezcan al cuerpo de Cristo. Pero allende la experiencia hay que reconocer que Dios nos llamó al sacrificio por amor, a hombres y mujeres, y que en su plan perfecto se halla la plenitud. Esto es algo que el hedonismo e individualismo posmodernos jamás aceptarán y que la IG ha tratado de desvirtuar por todos los medios posibles.

En este tenor, para la IG la violencia contra la mujer acabará junto con la «identidad asignada», cuando los niños puedan decidir libremente si son mujeres u hombres («identidad optada») y concluya la perniciosa feminidad y masculinidad impuesta por la cultura: morirá el patriarcado y nacerá la libertad. La Biblia, sin embargo, dice que la libertad y la paz no se consiguen pervirtiendo la sexualidad humana ni forzándola a trabajar contra su propia constitución, como ocurre por ejemplo con el que se opera para parecer mujer u hombre o se inyecta sustancias químicas para contrarrestar los efectos normales de su sexo. Para Dios la solución es él mismo, a través de su perdón en Jesús, por medio de la limpieza de su Palabra y la eficacia de un corazón regenerado (Jn.3.16). Su amor endereza las sendas, sepulta los pecados, y anima y enriquece nuestro peregrinar en la tierra (Heb.12:1–3). Para Dios el gobierno de la familia debe ser él mismo: Cristo, la cabeza del hogar y de la Iglesia.

La IG se opone al consejo de Dios. Pero además es una mala estrategia de cambio social que a la larga será muy costosa en términos éticos y de derechos fundamentales. Implica la destrucción del matrimonio y de la familia, del derecho a la vida, y la pérdida de los límites que han impuesto las normas morales cristianas y que han permitido a nuestras sociedades evolucionar. Es el cristianismo el que ha alimentado los sistemas jurídicos democráticos contemporáneos y las primeras declaraciones de derechos humanos. Lo único que ha conseguido la IG es la radicalización de ciertos sectores sociales; tienen la anuencia de los llamados «partidos de izquierda» y utilizan la libertad que ha traído el cristianismo para atentar contra la ética bíblica. Donde ponen la mira comienzan la controversia y el ansia de criminalización. Somos muchos los que no queremos esto para nuestros hijos, y los que creemos que no se requiere confundir a los niños respecto de su identidad para lograr que la violencia contra la mujer disminuya aceleradamente.

No nos olvidemos de orar por nuestros hijos y educarlos en la piedad.

 

Escrito por: Teólogo Juan Pablo Martinez

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

 
 
 

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